Veo en el río Huerva, en su ribera más soleada a un hombre que cepilla un perro mediano marrón claro y blanco que está sentado en un banco con la cabeza levantada hacia el Sol y que con los ojos cerrados disfruta del masaje.
El hombre lo cepilla cuidadosamente con una mano mientras le acaricia con la otra.
Veo la dignidad del perro y del hombre absortos en su ritual que está fuera del tiempo, en una imagen llena de belleza reparadora.
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