jueves, 6 de febrero de 2014

El segundo café de la mañana

Voy al trabajo caminando y en la puerta de un bar veo a un hombre vestido de faena, con el mono lleno de manchas de pintura. Fuma y bebe café con la mirada preocupada, perdida y algo esperanzada. Está buscando en el segundo café de la mañana el impulso que le falta para volver al tajo.

El segundo café de la mañana es una de esas cosas que no te falla nunca, como los primeros discos de Tom Waits o los últimos de los Beatles, como medio orfidal a tiempo, como una tortilla de patata, como unos calcetines gordos, como un tiro en la sien. Cumple su cometido en el mundo con una efectividad asombrosa, barriendo del cuerpo y del pensamiento la pereza y la desesperanza contumaces. 
Sigo camino y veo también a manadas de niños cargados con unas mochilas monstruosas que se enfrentan a su mundo sin Tom Waits, sin los Beatles, sin orfidal y sin el segundo café de la mañana. ¡Qué valientes son! ¡Y qué pequeños!

Casi llego a mi destino, me siento en un bar cercano al trabajo sí, es mi segundo café de la mañana. Frente a mí hay un instituto al que entran en tropel manadas de chavales y de chavalas que hacen lo mismo que hice yo, que hicimos todos: ir hacia el futuro por inercia, sin la menor intención. Pienso que todo se repite una y otra y otra vez y les deseo a todos ellos que en el futuro no les lleguen a faltar, si no las cosas grandes, al menos las cosas pequeñas como el segundo café de la mañana y alguna cosa medianeja, como la esperanza.

martes, 4 de febrero de 2014

Desamor

Un desamor tremendo, no sé si me entiendes. No me refiero a un fracaso sentimental. Yo me refiero a algo más profundo, a algo que está más adentro. Me refiero a la falta de amor. No a la falta de amor real, pues a casi todos al final acaba por querernos alguien, sino a esa carencia asentada y sentida desde el inicio de la vida.
Si fuera más insensible no lo notaría y si fuera más débil aceptaría cualquier droga o me metería en cualquier cama o desaparecería para siempre para no sentirlo más.
Aquí está mi viejo compañero dispuesto a no dejarme ni un solo momento, ni siquiera en los peores.
No me digas, lector, que te estoy desolando. Si puedo tocarte eso con mi pluma es porque «eso» tú ya lo tienes allí dentro y es tuyo y no mío. Disculpa si te he pinchado un poco con esta tinta azul que lleva mis cuadernos y mis noches en vela.

     

jueves, 30 de enero de 2014

El patinador



La vanidad del patinador sobre hielo. Él es el mejor del mundo, de Europa, de su país, de su club... da igual, lo importante es que él lo sabe pero, ¿mejor en qué? ¿Ha desarrollado una vacuna? ¿Ha inventado algo? No, pero la tele retransmite su actuación porque es difícil y él es un ser disciplinado. Le hacen planos cortos, planos largos, medios planos mientras se desliza.

El patinador sonríe en medio del esfuerzo como si no sudara, como si no fuera una persona, como si fuera un ser casi divino que fuera en realidad capaz de patinar sin esfuerzo. Repite sin cesar lo que otros hicieron ya. A veces se cae y enseguida se pone de nuevo en pie, siempre sonriendo en una mueca antinatural y también largamente ensayada y la tele lo retransmite, lo retransmite, lo retransmite.

viernes, 13 de diciembre de 2013

Los Lunáticos

Ya, ya, ¿pero qué pasa cuando la tristeza es tan intensa que no te deja dormir?
Aunque mantengas el tipo y nadie se dé cuenta o aunque los demás se den cuenta y crean que estás triste porque tienes problemas económicos o roces con tu pareja que también podría ser, cuando esta tristeza, que es como un mar de fondo que llevas dentro y que no cesa, se apodera de nuevo de ti, a los pocos días de no poder dormir, como digo, a veces, cuando recuerdas algo o a alguien, te das cuenta de que ese recuerdo no es real. Es un trozo de sueño que no recordaste al despertar y que aflora de repente en ese momento preciso. O puede que quizá la mente siga soñando siempre, en todo momento y que no nos demos cuenta, igual que la Luna sigue en el cielo aunque no la veamos durante el día a causa de la luz de los rayos del Sol.

jueves, 12 de diciembre de 2013

Por partes

Me encuentro con Dani Clemente y le cuento la situación: no me han cogido en la única entrevista de trabajo que he hecho, llueve y no he podido poner los carteles de mis clases particulares de guitarra. Le cuento que estoy pensando en vender mi cuerpo pero que comprendo que a mi edad y en mi estado solo lo podría vender por partes. Que si un trocico de hígado, que si un riñón, que si una córnea, cuarto y mitad de retina...
Él me mira y me dice muy serio, «Quique, no te subestimes, conozco a un par de ancianas a las que les podrías interesar».

Me emociona su confianza en mi futuro. Me abalanzo sobre él y le beso y le abrazo.

miércoles, 11 de diciembre de 2013

El corte de pelo

La primera vez que me rapé el pelo lo hice sin saber muy bien por qué. Era un crío y quería llamar la atención, o algo así.
Recuerdo el tremendo grito que profirió mi madre cuando me vio y el coñazo que me dio durante años; primero por habérmelo cortado, segundo para que de alguna forma ocultara mi «error» por medio de sombreros y gorras y, ya más tarde, tuvo el resto de la vida para recordármelo a mí, a mis amigos, a mis novias y a todo el que se le pusiera por delante.

jueves, 5 de diciembre de 2013

La Mancha



Una mañana Axl, al salir de la ducha con el pelo mojado y retirado hacia atrás, descubrió que tenía una mancha verde en la oreja derecha, justo en la parte superior del pabellón auditivo. Pensó en que las sábanas podían haber desteñido, pero las sábanas no eran nuevas y además eran blancas. Las toallas eran amarillas. No tenía ningún champú ni jabones nuevos. Intentó quitarse la mancha frotando con la esponja y con jabón. Se frotó también con la parte áspera de la esponja pero solo consiguió enrojecer el resto de la oreja. La mancha verde seguía allí. Se peinó como pudo y con bastante buen resultado, cambiándose la raya de lado y gracias a su melena corta, logró esconder la mancha de forma que nadie notara que la tenía.