lunes, 27 de noviembre de 2017

La luz al fin del túnel (Letra de canción)

Tu amor cupo en una maleta, el mío esparcido y sin embalar
las cosas que van sucediendo, no me quitan las ganas de andar

Y la luz al fin del túnel ya, va llegando sólo hay que esperar

Después de hacer todo el camino
Tirar tu toalla justo al final
y no concederle a la suerte, ni momento ni oportunidad

Y la luz al fin del túnel ya, va brillando sólo hay que esperar

Y aunque a veces te sueño, no es para más
que para saber que no estás

Tu amor cupo en una maleta, el mío esparcido y sin embalar
las cosas me van sucediendo, no me quitan las ganas de amar

Y la luz al fin del túnel ya se ve
qué brillante no me perderé

Y la luz al fin del túnel ya se ve
cómo brilla no me perderé.

sábado, 25 de noviembre de 2017

El anillo

Parecía un anillo de plata vulgar y corriente, feo, plano, brillante por dentro y mate por fuera, fino y lleno de pequeñas rayas y de abolladuras causadas por el uso, y sin embargo, tenía una gran cualidad.

Lo compró en la platería de al lado de su casa justo después de separarse. Siempre había querido llevar una alianza, pero como a su ex-mujer, los anillos no le hacían ninguna gracia, dejó el asunto de lado mientras estuvo con ella. Fue cuando ella lo abandonó, cuando decidió encargarlo.

Tras el divorcio se derrumbó. Se sentía como si su cama, en la que ya pasaba casi todo el día, hubiera sido trasladada a un edificio en pleno proceso de demolición y la gran bola de acero, con la que se derruían las paredes y las vigas de hormigón armado, lo golpeara a él de lleno, a cada momento, con cada respiración.

Al verlo tan destruido, su psicóloga, le recomendó que comprase un objeto que pudiera llevar siempre encima a modo de amuleto, de tal forma, que pudiera tocarlo cada vez que comenzase a sentir las palpitaciones, el sudor frío, el ahogo, las nauseas o el dolor en el pecho que le producían su ansiedad y su depresión. Mientras la psicóloga hablaba de todo esto, él pensó inmediatamente en un anillo. Si aparecían los síntomas, dijo la psicóloga, debía  tocar ese objeto, y repetirse a si mismo una frase:  "Ahora estoy en el presente, soy adulto y tengo los recursos necesarios para estar en el mundo y para salir adelante".

Unos días después de la consulta psicológica recogio su encargo. En cuanto deslizó el anillo en el dedo anular de su mano izquierda y el calor de su cuerpo se trasladó al metal, una tranquilidad desconocida se apoderó de él, los latidos de su corazón y su ritmo respiratorio se habían acompasado. No podía imaginar que aquella treta casi infantil, pudiera darle tantos y tan rápidos resultados: un amuleto, un mantra, un poco más de valor y de constancia y su enfermedad podría ser combatida y quizás conjurada para siempre.

Pensó entonces en lo finas que son las lineas que separan las cosas verdaderamente importantes, como la enfermedad y la vida, tanto, que a veces basta un tosco anillo de plata para curar,los males del alma, del cuerpo y hasta de los sueños. Basta con un objeto cualquiera que sirva para forjar una alianza,  para comprometerse con alguien, aunque a veces ese alguien, sólo pueda ser, por exigencias del guión, uno mismo.







viernes, 24 de noviembre de 2017

El hombre de la jarra

Hace dos años cuando empecé a trabajar en El Cafetín no pude evitar fijarme en un hombre de unos cuarenta y tantos años . Era rubio, de ojos azules y rostro aniñado, tenía todavía cuerpo de adolescente, o como mucho de un  hombre joven cuyos  hombros no hubieran acabado de ensancharse. Tenía la mirada esquiva y la voz suave, a la que acompañaban unos finos modales.

Cada dos o tres días aparecía por el bar, pedía una jarra de cerveza que bebía en pocos minutos, en los que se escondía en una esquina de la barra hojeando la prensa. Hecho esto, con un leve gesto de su cabeza me pedía la cuenta  y se marchaba caminando con la vista  hundida, como si  un gran cuervo  se hubiera posado sobre su espalda y él no tuviera ya fuerzas para quitárselo de encima, dándole un  sencillo manotazo.

Meses después sus visitas comenzaron a ser cada vez más habituales, primero una vez al día, luego una por la mañana y otra por la tarde y ya, en las últimas semanas, acudía sin falta, dos veces por la mañana y dos por la tarde. A veces, cuando acababa mi jornada laboral y me dirigía a mi casa, lo veía en otros bares, en la misma actitud. Estaba claro que El Cafetín era sólo uno de los locales que visitaba a diario.

Esta mañana a las doce, tras pedir otra jarra se ha desplomado, golpeándose la sien con la esquina de la barra. Tras emitir en su caída un breve y agudo chillido de dolor y tras un último golpe duro y seco contra el suelo, ha emitido un suspiro lleno de comprensión y por fin de alivio.

Hace un rato los sanitarios lo han cubierto con una ligera capa metálica, fina y brillante,como el papel de plata.




lunes, 20 de noviembre de 2017

Fue antes (Letra de canción)

Fue antes, fue antes, la herida se hizo antes
y ya no se cierra por mucho que me enfade
y aunque no miro hacia abajo, en la memoria me encuentra.
un remolino de hojas, que llena todas mis horas

No cantes, no cantes, callar es importante
no saltes, no saltes, el mundo está delante
y aunque no quise tus líos, te vi flotando en el río
si me hubieras dado abrigo, me hubiera ido contigo

Es antes, es antes, la cura se da antes
un poco de cielo, te lo juro,  es bastante
para seguir adelante, con el futuro adelante
con un pequeño equipaje, la vida entera adelante

Fue antes,fue antes, la herida se hizo antes
y ya no se cierra por mucho que me enfade
y aunque no miro hacia abajo, en la memoria me encuentra.
un remolino de hojas, que llena todas mis horas.

sábado, 4 de noviembre de 2017

Espejo

Veo en el parque una niña que juega con su muñeca.

La muñeca no es nada y lo es todo. La muñeca es la niña.

La muñeca es su espejo.

Así sucede con todas y cada una de las cosas.

El mundo es para nosotros sólo  un inmenso espejo.

miércoles, 25 de octubre de 2017

La caja de caudales


Cuando mi padre me regaló su pequeña y vieja caja de caudales, con su pátina plateada carcomida por los años, me dijo :"Quique, no pierdas la llave", y la conserve un tiempo, el suficiente para meter en ella un buen surtido de recuerdos de mi adolescencia:

Las caras de amor de mis primeras novietas, los anónimos que me dejaba e el buzón la vecina del tercero C, y dos bolas de acero del tamaño de pelotas de golf, que eran, a mis catorce años mis mayores tesoros. Allí están todavía las cartas de Nieves, una quinceañera a la que conocí, en una fría noche de verano, en las fiestas de un pueblo de montaña donde veraneaba desde niño.

Nieves, su hermana mayor y su joven padre, se acercaron a nuestra pandilla en el descanso de una verbena en la que bailábamos, cargados con la sangría de nuestra peña. Enseguida nos hicimos amigos y su padre desapareció discretamente, dejándonos a nuestras anchas.

Pronto comencé a bailar con Nieves, que a pesar de ser menuda y de andar embutida en un grueso  jersey de lana, sobre el que se abrochaba hasta el cuello una cazadora vaquera forrada de borreguillo, sobre la que había anudado un pañuelo negro estampado en blanco, se balanceaba con  una soltura y con una alegría casi fingidas, bajo la que se ocultaban recientes tristezas de las que pronto me haría confidente.

Entre baile y baile Nieves me contó que era de Málaga, que sus padres se habían separado hacía poco y que su padre, en el mes de vacaciones que le correspondía pasar con sus hijas, las había metido en un coche y se las había llevado a recorrer España, como quien huye, a la aventura. Toda aquella tristeza la veía yo también en sus ojos negros, en su rostro aceitunado y tenso y bajo su flequillo, bajo el que no podía ocultar sus pensamientos y el deseo de ser querida y de no ser nunca más abandonada.

Nieves me cogió de la mano y me condujo a un callejón oscuro que salía de la plaza del pueblo. Nos sentamos en el frío y duro suelo de piedra de aquel pueblo castellano, en el escalón de un portalón antiguo. Tras acariciar mi frente y besarme en la mejilla sentí su lengua rozando la mía, carnosa y áspera al principio, y luego reconfortante y dulce como el primer café con leche de la mañana, tras una noche de insomnio.

Ella electrizaba mi cuerpo mordisqueando con delicadeza maternal mi cuello, mientras mesaba el pelo de mi nuca con sus pequeños dedos. De nuevo sentí su lengua, esta vez dentro de mi oreja y no pude evitar emitir un púdico gemido.
- ¿Te gusta? dijo ella.
- Mucho, contesté  yo sin saber muy bien qué era lo que estaba pasando.
- En mi familia, susurró ella, nos gusta mucho acariciarnos las orejas.

Aquella frase se quedó grabada en mi cabeza. Nunca supe muy bien qué significaba pero ¿Acaso importa?

El frío  de la noche montañesa acabó por entumecérnos, amanecía en el callejón y todavía aturdidos, comprendimos que había llegado el momento de ir en busca de los demás.

Algunos amigos habían aguantado bien la noche y estaban en el solar de la peña, donde humeaba una fogata en la que alguien había puesto a asar unas salchichas. Nos sentamos junto al fuego, recuperamos fuerzas e intercambiamos nuestras señas. Nieves ató alrededor de mi cuello su pañuelo negro "Para que no te olvides de mi" me dijo, y yo correspondí, entregándole en prenda, mi único cinturón.

En el momento preciso, su padre y su hermana, que habían estado al tanto de todo todo el tiempo, acudieron a la peña a recogerla. Tomamos la última sangría juntos los cuatro y después se metieron en su coche y se marcharon. Durante dos o tres meses  meses intercambiamos algunas cartas, las suyas están en mi caja de caudales.

De vez en cuando cojo la caja, la acaricio y la muevo lentamente para sentir el choque metálico de las bolas de acero con sus paredes.

Cuando era más joven intenté abrirla sin éxito, años después,comprendí que todo lo importante que poseemos existe sólo en nuestras mentes, en la memoria, donde los recuerdos se desarrollan y crecen a su antojo, como la maleza en un jardín abandonado, donde se esconden los ratones, zumban las abejas, se arrastran las lagartijas y donde se aparean a veces, con suerte, los gatos.

martes, 17 de octubre de 2017

El vampiro feliz

Corría el año 1789 y en París todo estaba patas arriba. Fui llevado a las Tullerías por error, yo no era nadie en la corte, sólo un advenedizo, un cocinero que viniendo de lo más bajo, había sido ascendido por obra de la misma María Antonieta a personaje de moda, así que, los revolucionarios me confundieron, por mis distinguidas ropas, con un noble y me tocó pasar, además de las calamidades de los pobres, el merecido fin de los más poderosos.

Faltaban unas pocas horas para mi ejecución cuando un murciélago entró por la alta y enrejada ventana de mi celda y el muy condenado me mordió en el brazo izquierdo ¡Lo que me faltaba! pensé, el bicho va a hacer que se me gangrene el brazo, y comencé a reír sin control, la gangrena era en aquel momento el menor de mis problemas. Fue en mitad de aquel tremendo ataque de risa cuando me transformé en vampiro y aleteando escapé guiado por mi agresor por el enrejado de la ventana.

Los primeros días anduve eufórico, hasta que me di cuenta de que nunca más podría ver el Sol y de que había perdido el sentido del gusto. Sólo podía saborear los diferentes tipos de sangre, y aunque podía comer cualquier alimento común,  estos ni nutrían mi cuerpo, ni mi privilegiado paladar, así que, nunca podría volver a disfrutar de los platos que tan alto me habían llevado y que me había costado crear toda una vida.

Viajé durante siglos por toda Europa, consultando aquí y allá a colegas de la noche, pero sus respuestas siempre eran la misma: ninguno sabía como recuperar el sentido del gusto y además tampoco les importaba, con el sabor de la sangre, tenían más que suficiente. Yo la probaba y la probaba, bebí la de casi todos los animales vivos conocidos, pero aunque cada una tenía sus matices, todas tenían al final un regusto metálico, que a mi me recordaba a la afilada cuchilla de la guillotina.

Fue hace relativamente pocos años, quizá una década, cuando viendo un anuncio de televisión de  "Patatas fritas con sabor Jamón" encontré la solución a mi grave problema. Si se podía dar sabor de jamón a las patatas ¿No se podría dar sabor de foie a la sangre?

Al siguiente instante comencé mi proyecto y tras asesinar a varias ancianitas, no por su sangre, sino por sus joyas, reuní  un capitalito con el que poder instalarme. Elegí, entre todas las ciudades del continente Toledo, por parecerme lo suficiéntemente siniestra y turística como para poder ocultarme a plena vista. Compré un edificio antiguo, con mazmorras auténticas, e instalé en su sótano  mi casa,  mi laboratorio y en la entrada principal, mi pequeño restaurante.

Al principio experimenté con humanos, pero habían comido tantas y tan variadas cosas en sus vidas que, a pesar de someterlos a una dieta estricta, no conseguía progresos con el sabor. Los perros se revelaron demasiado humanos, a los gatos, demasiado caprichosos, no había manera de hacerles comer lo que era necesario y cuando pescaban algún ratón el producto se estropeaba. Monté un palomar, pero  las palomas se escapaban y picoteaban por ahí entre las basuras.

Por fin me di cuenta de que los peces eran lo más apropiado, así que compré, para empezar, dos docenas de acuarios y comencé a alimentarlos con diferentes productos. Los resultados al fin llegaron y pronto tuve pescados cuya carne y sobre todo cuya sangre sabía a jamón (esto encantaba a los niños) a chorizo de Pamplona o a fabada. No me resistí a servirlos en mi restaurante y pronto necesité también peces de colores dulces, para los postres, claro. Los tengo de sabor a crema catalana, de tarta al whiski y de otros muchos sabores, pero el que más éxito tiene es el de sabor a mazapán. Estando en la ciudad de Toledo esto era previsible. No sólo las pastelerías más antiguas y prestigiosas de la Plaza Zocodover me hacen pedidos semanales sino que estoy empezando a venderlos por internet a todo el mundo.

No puedo quejarme y así lo declaro a los cuatro vientos, he llamado a mi restaurante y a mi marca de peces de sabores "El vampiro feliz" haciendo honor a la máxima de que no hay secreto mejor guardado que el que nadie quiere creer.