jueves, 6 de junio de 2013

El tabique.

         Mi abuelo Enrique, al que debo mi nombre, estuvo destinado como ingeniero de caminos en muchos sitios y pasó una temporada en Soria. Así fue cómo la familia se vinculó a esta provincia. Allí nacieron varias de mis tías y con los años todos acabamos veraneando en un pueblo llamado Vinuesa.
         No sé por qué razón el abuelo había comprado hace muchos años una casa en Cidones que llevaba décadas sin habitarse y allí se desplazaban “los mayores” para organizar juergas evitando así que los niños les fuéramos persiguiendo por los bares del pueblo.
         Aquella noche debía de haber muchos amigos que habían llegado de Madrid y de otros lugares. Los invitados tenían que repartirse entre dos habitaciones y no se veían entre ellos. Aquello no podía ser. Aun así, la cosa entre la cena, las copas y los guitarreos fue poniéndose fina, fina. En estas, Ana (que es mi madre) y mis tías María Isabel, Alicia y Marga decidieron que aquella habitación era muy pequeña y que la otra también. Imagino la conversación:

                   Ana: Oye, ¡cuánta gente ha venido!
                   María Isabel: No, no, tampoco estamos tantos. Es que estos dos cuartos son muy pequeños.
                   Alicia: Eso está claro, ya lo decía yo hace años, ya.
                   Ana: Pues esto hay que solucionarlo.
                   María Isabel: Pues eso, cuanto antes.
                   Alicia: Pues chica, ahora que estamos las cuatro es el mejor momento.
                   Marga: Pues es verdad, ¿para qué vamos a tener dos cuartos cuando podríamos tener uno grande y bueno? Además, si es que hemos venido para vernos con todos. No vamos a estar todos de aquí para allá y de allí para acá.

         De repente las cuatro pusieron sus ojos en un banco corrido de esos que se ponen en las mesas grandes. Entonces Marga dijo: “Estamos pensando lo mismo, ¿no?” Y las otras, al unísono: “¡Pues claro!”
         Viendo que estaban plenamente de acuerdo se dirigieron hacia el banco y les dijeron a las personas que estaban allí sentadas: “¿Os podéis levantar un momento, que necesitamos el banco? Enseguida os lo devolvemos, no tardamos nada”.
         Los invitados se levantaron y entonces entre las cuatro cogieron el banco a modo de ariete y se liaron a porrazos con la pared como si estuvieran en el asedio a un castillo. En un cuarto de hora tiraron el tabique entre el asombro y los vítores de los invitados.
         No penséis que lo hicieron de cualquier manera. Tan solo tiraron la parte de arriba, porque lo que querían era poder ver a todos los amigos juntos. Tirando solo la pared hasta la altura de la cintura y poniendo unas mantas encima para no hacerse daño con los ladrillos rotos se lograba además tener una barra donde apoyarse y beber más cómodamente las copichuelas.
         Un día hace poco, comentando la jugada en una reunión familiar, las cuatro se ratificaban en su acción:

                   Ana: Es que estaba clarísimo que había que tirarlo.
                   María Isabel: Pues además quedó todo muy bien y muy cómodo.
                   Marga: Es que la gente, como no piensa, pues no se le ocurren estas cosas y así tienen las casas de incómodas.
                   Alicia ¡Anda que, lo que nos tuvimos que oír luego de los madrileños esos que vinieron! Si es que la gente no tiene de qué hablar, como si no hubieran tirado un tabique en su vida. Desde luego...


         Rodeado de esta familia, de la cual me enorgullezco, viví situaciones asombrosas. Hoy día me acuerdo de algunas y me doy cuenta ahora, pero solo ahora, de que aquello puede que no fuera  “lo normal”. No sé si las cosas eran normales o no, pero lo pasamos muy bien y, claro, así hemos salido.

miércoles, 5 de junio de 2013

La chica de la limpieza.

           Cuando fui a vivir a aquella casa tan antigua una amiga mía, que entendía de estas cosas, me recomendó fervientemente que pusiera la cama debajo de alguna ventana para estar protegido de los espíritus. No me dijo por qué esto era más seguro, pero como el cuarto era grande y no me costaba nada hacerle caso, seguí su consejo por si las moscas y allí estuvo la cama todos los años que dormí en aquel edificio.
         No sé si fue por eso, pero aquella temporada dormí poco, como siempre, pero sin sobresaltos ni más pesadillas de las habituales.
         Por aquella casa-restaurante pasaron personajes alucinantes. Una de estas personas era una chica que nos hacía la limpieza de nuestra casa. Era pelirroja, bajita, algo rellenita, con unos ojos azules y una sonrisa algo inquietantes. No recuerdo su nombre ni de dónde había salido. Siempre la vi con una bata de rayas azules y negras tipo pescadero.
         Hacía bien su trabajo, pero tenía una manía que a mi madre,que aparte de llevar la cocina, es decoradora, le sacaba de quicio: le daba por cambiar los muebles de sitio sin consultar ni pedir permiso. Nadie sabe cómo movía aquellos muebles enormes siendo tan pequeña, ni cómo le daba tiempo a limpiar y a mover ella sola alacenas llenas de platos, armarios roperos, mesas de comedor con sus sillas, sofás, librerías repletas, sillones orejeros... Todo lo que era susceptible de ser movido tarde o temprano, ella, acababa moviéndolo, Mi madre, que estaba hecha a todo, al final ya ni se inmutaba. No sé cómo aguantó semejante intromisión en su intimidad, pero lo hizo.
         Un día subí a mi cuarto y vi que la cama no estaba en su sitio. Como aquel día estaba por ahí le pregunté: “Oye, ¿cómo es que has movido mi cama de sitio?” A lo que ella respondió, "Es que he pensado que aquí en el rincón estarás mejor y más caliente ahora que llega el invierno, porque esa ventana además no cierra bien. La verdad es que tenía razón en todo. El sitio era más cálido, más acogedor. Era cierto que la ventana no cerraba bien. Total, que le hice caso olvidándome de los sabios consejos de mi amiga.
         Aquella misma noche tuve una espantosa pesadilla, no tanto por el contenido si no por la intensidad. Soñé con un fantasma que llevaba unas botas negras. Desde el medio de mi habitación el fantasma dio un salto y cayó con una bota a cada lado de mi cabeza. Después, en mi sueño, yo veía cómo en el cristal empañado de la ventana estaba escrita la palabra "Extranus". Me desperté muy angustiado, cogí mi diccionario de latín y busqué la palabra. En el diccionario se leía: "Extranjero, de distinta nación o familia. De fuera de este mundo".
         Coloqué la cama en su lugar y le prohibí a aquella chica que volviera a entrar en mi cuarto. Y poco a poco volví a conciliar mejor el sueño.

martes, 4 de junio de 2013

Conversaciones de un tendero.

             Hoy ha venido un señor a la tienda y, sin mediar saludo ni nada, me dice:
                   ¿Tienen toricos y mulejas?
                   Disculpe señor, pero ¿cómo dice? le he contestado.
                   Ya se lo explico, ya. Mire, es que yo hago miniaturas de aperos de labranza y claro, ahora necesito los toricos y las mulejas para ponérselos.

domingo, 2 de junio de 2013

El Monaguillo. Una de músicos con muchos músicos con muchos músicos.

           Para los que no conocéis Zaragoza ni su vida nocturna de hace veinte años, El Monaguillo era un bar instalado en un sótano de la calle Refugio al que se accedía por unas escaleras metálicas laterales.
         Alguien me dijo una vez que aquello era parte del alcantarillado antiguo de la ciudad. Nadie podría negarlo,

sábado, 1 de junio de 2013

Una de señoras



         Hacía mucho que no me encontraba con una señora de las mías. En este caso era una abuelita benefactora. Tenía un aspecto entre la abuelita Paz y Yoda y andaba encorvada encorvada, ayudándose de la pared y de un bastón.
         Esa mañana me disponía a abrir la persiana y se me escapó el perno del que estaba tirando y, además de hacerme daño, la reja se quedó a medio subir.

jueves, 30 de mayo de 2013

Una de Fantasmas

Cuando uno va a vivir a una casa tan antigua lo primero que piensa es, ¿habrá fantasmas? En nuestro caso ya lo sabíamos porque antes de ir a vivir allí nosotros ya había vivido antes mi tía y ya llevábamos muchos años trabajando en aquella casa. Había fantasmas. Lo que no estaba claro era cuántos ni por dónde.

sábado, 25 de mayo de 2013

Deporte... y casi muerte en Venecia.

           No sé por qué, estando con Anabel en Venecia, se me ocurrió entrar en unos grandes almacenes tipo C&A y comprarme unas zapatillas de deporte para hace un poco de ejercicio. ¡Menuda tontada!, pensé para mí. ¡Con la de cosas que hay que hacer y que ver aquí y a mí, que hace años que no corro, se me ocurre justo hoy!